¿Y si educar en redes no fuera solo enseñar a usarlas, sino a cuestionarlas?

Durante años, hablar de educación digital ha significado —en muchos contextos— enseñar a usar herramientas: cómo crear una contraseña segura, cómo hacer una presentación en Canva, cómo evitar el ciberbullying, cómo proteger la privacidad. Todo eso es importante. Pero no es suficiente.

Las redes sociales no son solo espacios de conexión: son entornos que modelan nuestras relaciones, nuestras emociones y nuestras formas de estar en el mundo. Están diseñadas para captar nuestra atención, condicionar nuestros hábitos y moldear nuestras creencias. Y eso también hay que enseñarlo.

Porque educar en redes no puede quedarse en la superficie.
No puede limitarse a lo técnico.
No puede ignorar la dimensión ética, emocional y política que atraviesa cada scroll.

Habitar las redes con conciencia

Las redes sociales son parte de nuestra vida. Pero cómo las habitamos, eso también se aprende.

Aprender a usarlas de forma crítica implica hacerse preguntas incómodas:

  • ¿Qué tipo de vínculos estoy generando en estos espacios?

  • ¿Qué parte de mí estoy mostrando… y qué parte estoy ocultando?

  • ¿Cómo me afectan las métricas, los filtros, los likes?

  • ¿A quién le sirve que pase más tiempo aquí, y qué estoy dejando de hacer por estar?

Las redes nos ofrecen posibilidades maravillosas de expresión, conexión y creatividad. Pero también nos exponen a presiones estéticas, discursos de odio, modelos de éxito irreales y dinámicas de consumo constante. Y eso no es neutro.
Educar para mirar más allá del algoritmo

Desde Proyecto Dis-like, desde las formaciones que imparto, y desde cada conversación con profesorado o alumnado, intento sembrar una semilla: la de la mirada crítica.

Una mirada que no se queda en cómo editar un vídeo, sino que se pregunta por qué lo estoy grabando.
Que no se conforma con que una app sea “intuitiva”, sino que quiere entender qué intuye de mí.
Que no romantiza las redes, ni las demoniza, sino que las interroga.

Educar en redes, desde esta perspectiva, es abrir espacios donde las personas —especialmente adolescentes y jóvenes— puedan pensarse dentro de esos mundos. Con herramientas, sí, pero también con preguntas. Con límites. Con ternura.

Hacia una educación digital con alma

No basta con enseñar a usar las redes.
Necesitamos educar para habitar las redes con conciencia, con sentido y con libertad.

Y eso pasa por:

  • Revisar los mensajes que damos sobre lo que “deberían ser” las redes.

  • Cuestionar los modelos que celebramos y los que invisibilizamos.

  • Acompañar emocionalmente en ese tránsito entre lo que se muestra y lo que duele.

  • Enseñar que cerrar una cuenta también puede ser un acto de autocuidado.

Mi propuesta no es perfecta. Está en construcción.
Pero nace desde la experiencia, la escucha y una convicción firme: podemos hacerlo mejor.

Si trabajas en educación, en comunicación, en adolescencia, o simplemente te resuena esto, me encantará seguir conversando contigo.